Mi marido no ha firmado los papeles del divorcio desde hace un año. El hecho de que sea un abogado especializado en divorcios lo hace incluso algo irónico.
Un día, el cobrador de un casino se presenta en mi puerta y quiere el dinero que mi aún marido ha despilfarrado en muchas noches de borrachera. Legalmente, no puedo librarme: mi ansiada libertad y el deseo de tener mi propio restaurante se alejan en el tiempo. Tener que pagar estas deudas de juego me dejaría sin dinero durante al menos diez años y me ataría a mi odiado trabajo.
Cuando el dueño del casino me ofrece ponerme a su servicio durante dos semanas -día y noche- para saldar la deuda y conseguir un millón de dólares, la vida no podía hacerme una pregunta más difícil. ¿Estoy vendiendo mis sueños y mi vida, o a mí misma?
Finalmente digo que sí. Pero ese no es el final del drama, sino que acaba de empezar.
Mi jefe tuvo sus motivos por los que me eligió a mí en particular y cuando mi (todavía) marido se enteró del trato y del millón de dólares, hace todo lo posible por arrebatarme el dinero de las manos.
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